claro




Es otro reino que un
alma habita y guarda.

Algún pájaro avisa y llama a ir hasta donde
vaya marcando su voz.

Y se la obedece; luego no
se encuentra nada, nada
que no sea un lugar
intacto
que parece
haberse abierto en ese solo
instante y que nunca
más se dará así.

No hay que buscarlo. No hay que buscar.
Es la lección inmediata de los claros del bosque:
no hay que ir a buscarlos, ni tampoco a buscar
nada de ellos.

Nada determinado, prefigurado, consabido.
Y la analogía del claro con el templo puede desviar
la atención. Un templo, mas hecho por sí mismo,
por «Él», por «Ella» o por «Ello»,
aunque el hombre con su labor y con su simple
paso
lo haya ido abriendo o ensanchando.
La humana
acción no cuenta,
y cuando cuenta da entonces algo de plaza, no de templo.







toda su plenitud, por esto mismo,
porque el humano esfuerzo
queda borrado, tal como
desde siempre se ha pretendido que suceda
en el templo edificado por los hombres a su
divinidad, que parezca hecho por ella misma, y las imágenes
de los dioses y seres sobrehumanos
que sean la impronta de esos seres, en los elementos
que se conjugan, que juegan
según ese ser divino.

Y queda la nada y el vacío que el claro
del bosque da como respuesta
a lo que se busca. Mas si nada se busca,
la ofrenda será imprevisible, ilimitada.
Ya que parece que la nada y el vacío
—o la nada o el vacío— hayan de estar presentes
o latentes de continuo


Maria Zambrano
Claros del bosque
























Cuerpo, lo oculto,
el encubierto, fondo
de la germinación,
la luz,
delgados hilos
líquidos,
médulas,
estambres con que el cuerpo
alrededor de sí sostiene
el aire, bóveda,
pájaro tenue, terminal, tejido
el despertar.


José Ángel Valente 
El fulgor 












Temenos  (templo, en griego) significa demarcación, recorte (raíz tem, con el significado de cortar). Demarcación y recorte o deslinde, de un espacio sagrado: por ejemplo la creación de un «claro» en medio del bosque, mediante el talado de arboles o el aprovechamiento de una apertura; se debe remarcar el linde del espacio despejado mediante el talado de arboles que lo circunscriben, ya que los límites de ese lugar sagrado son tabú, o sólo pueden transitarse en forma ritual.

templo es pues el lugar de lo sagrado, que se deslinda de lo «natural» (salvaje o boscoso) introduce un «aligeramiento» de la densidad boscosa en virtud del cual comparece un lugar para lo sagrado, o éste se da un lugar. El templo es en síntesis lo sagrado como lugar, en cuanto a la fiesta es el tiempo de lo sagrado, o lo sagrado como tiempo.
De hecho en la antigüedad la erección de un templo (tanto el simple deslinde o clareado de la densidad boscosa como la instalación de un edificio exento definido como habitáculo y casa de la figura sagrada o teofánica) tenía siempre carácter genesiaco, o cosmogónico. Significaba otorgar un «centro» al mundo, o cosmos que, en virtud de ese «centro de gravedad»; quedaba especificado y definido como tal cosmos.
Éste para poder ser especificado y reconocido como tal, exigía la asignación de un centro, omphalos, ombligo cósmico, que el centro especificaba y que la fiesta recordaba una y otra vez (como recreación, o repetición pautada y periódica, del acto inaugural y genesiaco de la fundación del templo, verdadero templo cósmico). Establecer un templo crear mundo tenían, pues, el mismo sentido. O el hecho de erigir un templo era, de derecho, la fundación inaugural misma del mundo.

Eugenio Trías








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